21 febrero, 2013

Jugar a pensar.

El arte de pensar sin riesgos. Si no fuese por los caminos de emoción adonde el pensamiento conduce, el pensar ya se habría catalogado como uno de los modos de divertirse. No se invita a los amigos al juego a causa de la ceremonia que se cumple al pensar. El mejor modo es invitar sólo a una visita, y, como quien nada pide, pensar juntos, con el disimulo de las palabras.

Esto, en tanto juego liviano. Pues para pensar en profundidad –que es el máximo grado de hobby– es necesario estar solo. Porque entregarse a pensar es una gran emoción, y solamente se tiene el valor de pensar delante de otro cuando la confianza es tan grande que no hay inhibición en usar, de ser necesario, la palabra otro. Además se exige mucho de quien nos ve pensar: que tenga un corazón grande, amor, cariño, y la experiencia de haberse entregado también a pensar. Se exige tanto de quien oye las palabras y los silencios –como se exigiría en el sentir. No, no es cierto. En el sentir se exige más.

Bueno, pero, en cuanto al pensar como diversión, la ausencia de riesgos lo pone al alcance de todos. Algún riesgo existe, es claro. Se juega y se puede salir con el corazón ensombrecido. Pero por lo general, si se toman los recaudos intuitivos, no hay peligro.

Como hobby, presenta la ventaja de ser por excelencia transportable. Aunque en el seno del aire sea aún mejor, a mi ver. En ciertas horas de la tarde, por ejemplo, cuando la casa llena de luz más parece vaciada por la luz, mientras la ciudad entera se estremece trabajando y sólo nosotros trabajamos en casa pero nadie lo sabe –en esas horas en que la dignidad se reharía si contáramos con un taller de arreglos o una sala de costura–, en esas horas: se piensa. Así: se empieza desde el punto exacto donde uno se encuentre, aunque no sea por la tarde; sólo por la noche no lo aconsejo.

Una vez por ejemplo –en el tiempo en que mandábamos la ropa a lavar afuera– estaba yo haciendo la lista. Tal vez por el hábito de poner título o por unas súbitas ganas de tener un cuaderno prolijo como en la escuela, escribí: lista de… Y fue en ese instante cuando aparecieron las ganas de no ser seria. Es ésta la primera señal del animus brincandi, en materia de pensar –como hobby. Y escribí aguda: lista de sentimientos. Lo que quería decir con esto tuve que dejarlo para más adelante –señal de que estaba en el camino correcto y que no me afligía por no entender; la actitud debe ser: no se pierde por esperar, no se pierde por entender.

Entonces empecé una listita de sentimientos de los cuales no sé el nombre. Si recibo un regalo hecho con cariño por una persona que no quiero –¿cómo se llama lo que siento? La falta que se siente de una persona que ya no queremos, ese dolor y ese rencor– ¿cómo se llaman? Estar ocupada –y de pronto detenerme por haber sido invadida por una súbita indolencia dulcificadora y venturosa, como si una luz de milagro hubiese entrado en la sala: ¿cómo se llama lo que se ha sentido?

Pero debo aclarar. A veces se empieza a jugar a pensar, y he aquí que inesperadamente es el juguete el que empieza a jugar con nosotros. No es bueno. Es solo fructífero.


Jugar a pensar de Clarice Lispector.

La máscara discursiva.

Querido blog, ¡he vuelto! luego de tanto tiempo, acá estoy. Fue un tiempo con aguas movidas, y aun hoy no están calmas, pero puedo tomarme un rato para hacer lo que todo el mundo debería hacer de vez en cuando: escribir. Es un hábito que perdí, que no debí haber perdido, porque me hace bien. 
Hoy volví para hablar de la poca sinceridad de la gente. No quiero hablar de la hipocresía, porque estoy de buen humor; si hablo de la hipocresía me enojo y escribo en malos términos. Así que mejor vamos a llamarla "poca sinceridad". Aclaro que no solo se trata de poca sinceridad para con los demás, sino también de la poca sinceridad para con uno mismo.
A todos nos encanta hablar, pero a pocos nos gusta también hacer. Creo que por esta razón, que vamos a resumir en "no quedarse en el discurso", estudio Trabajo Social, porque me agobia la idea de quedarme sentada, por más que esté bien formada teóricamente... con teoría sin articulación con la práctica, no hacemos NADA.
¿A qué quiero llegar con esto? vamos a poner un ejemplo: a todo el mundo le parte el corazón ver perritos y gatitos en la calle pero... ¿quién hace algo con eso? pocas personas... dejemos de lado a los veterinarios que hacen lo que pueden en sus consultorios (algunos, no todos, por supuesto), de las demás personas, todos sienten lástima, todos se quejan, todos coinciden en que esos animales deberían tener un hogar, pero realmente ¿hacen algo para encontrarles un hogar? NO, NADA. Por eso me refiero a la "poca sinceridad", por esa máscara discursiva que usan las personas. Una máscara que muy rara vez dejan caer, rara vez admiten que no hacen nada para articular su discurso con la práctica.
Exactamente lo mismo suele pasar con respecto a la pobreza, sobre todo cuando hablamos de la clase alta y la oligarquía (aunque también de la izquierda argentina): suelen hablar muy en serio cuando se trata de criticar la gestión de Cristina Fernández de Kirchner, ¿por qué? porque ven un infante, por ejemplo, que en lugar de estar en la escuela, está pidiendo monedas en la calle. Todos estamos de acuerdo en que ese infante debería estar en la escuela, o en su hogar, recibiendo amor, y no pidiendo monedas, pero ¿cuál es el problema? que la clase alta suele no hacer absolutamente nada para impedir esa injusticia. De hecho, esa injusticia sucede por culpa de esa clase alta. En el sistema capitalista, no hay ricos si no hay pobres. Es muy fácil quejarse, pero todos se quejan más cuando les cobran impuestos más altos para poder cubrir los subsidios. Entonces, a ver si comenzamos a sacarnos un poquito las caretas... nadie puede estar de acuerdo con las injusticias que recorren el mundo, pero si hemos de abrir la boca, tengamos el suficiente orgullo como para levantarnos de la silla en la que estamos, y dejar de mirar un poco el monitor de nuestra computadora. Esas injusticias puede repararse con la ayuda de las personas. Esos perros y gatos en la calle pueden encontrar un hogar si nosotros los ayudamos. Esos infantes pueden ir a la escuela, o a la casa a recibir amor, si nosotros los ayudamos. 
Otra situación que suele desbordar mi ira se da cuando viajo en micro. Se me revuelven las tripas al ver como sube una mujer anciana o una madre con niños, y la gran mayoría de las personas voltea la cabeza y simula estar mirando por la ventana. Me enoja a tal punto que suelo ponerme a gritar "¡asiento para la señora, por favor!". Pocas veces mis gritos terminan con resultados esperados. Los que más me enojan son los que se sientan en los asientos "reservados para discapacitados". Está bien si te sentás cuando no hay nadie parado con prioridad, pero las personas que se quedan sentadas viendo como la persona discapacitada va parada... sacan lo peor de mí. Me gustaría escuchar cuántas de esas personas se jactan de ser personas amables y solidarias. 
Cambiar el mundo empieza con nuestro ejemplo, y no con nuestro discurso.

RS

29 abril, 2012

Alguien como yo

¡Hace tanto que no escribo!¡Qué cambiado está blog! Y qué cambiada estoy yo... o no. Bueno sí, escribo cuando me pasa algo, y hoy sí, hoy me pasa algo. 
A veces es inevitable querer que las cosas sean diferentes. A veces necesitamos un cambio. A veces queremos, a veces pensamos, a veces deseamos, a veces soñamos. Es una lástima que... yo hace muchos años que vengo soñando. Soñando Locuras. Soñando cosas que nunca van a suceder. Y lo peor de todo, es que no sueño con poder volar, o con tener mucha plata, o pelotudeces semejantes. Sueño cosas posibles, cosas comunes, cosas simples. Pero no... todo es demasiado para mí. 
No estoy menospreciando lo que tengo. Si fuera así, no habría pasado tanto tiempo desde que escribí la última vez. No, amo lo que tengo, y estoy agradecidísima. Pero alguna vez, una sola, una mínima vez, me gustaría sentirme bien con quién soy. Quererme un poco. Pensar en mí y sentirme orgullosa. Pero no. Tener un autoestima fuerte no es para mí. Hice todo lo posible, pero cada día que pasa me detesto más. Y me deprimo, y lloro, y no puedo contárselo a nadie. Porque nadie entendería.
Me estreso, me salen manchas en la cara, y obviamente, me siento peor.
Jaja, ¿un psicólogo? sí, no vendría mal.
De cualquier forma no creo que cambie nada. Las cosas siempre están igual. Una y otra vez vuelvo a caer. 
Cuidate, querete, ojito. OGT.

24 octubre, 2011

¿vasta o basta?


Tal vez no debería escribir. No siempre tengo que decir todo. De hecho no lo hago. No digo todo. No digo nada. Mentira. Digo algunas cosas. Cosas que no puedo contener. Esto que estoy escribiendo, ¿es imposible contenerlo? no, no lo es. En realidad no lo sé, pero de cualquier forma ya estoy escribiendo, y pienso borrar absolutamente nada. A veces me agarran ataques. Estoy un poco loca, ¿sabés? ¿no sabés? bueno, ahora sí. Suelo tener ataques de celos, de nervios, de tristeza, de alegría, de energía, de paja (pensé en escribirlo de otra manera, pero no, se dice así: paja), y a veces tengo ataques de soledad.
Creo que todos sabemos cómo es un ataque de celos. No hace falta describir demasiado. Lo que aclaro es que no sufro estos ataques solo por personas por las que me siento atraída o despiertan algún tipo de sentimiento amoroso en mí. Suelo sentir celos de todo el mundo. Sí, soy extremadamente celosa. Pero la base de este problema es mi inseguridad. Soy celosa porque soy insegura. Y dudo mucho. Y me aferro mucho. Y... y... bah. "Son todos míos."
Si me agarran ataques de nervios es porque no estoy bien, y entonces se acerca una caída depresiva que dura aproximadamente dos o tres días. Sí, así de ciclotímica soy, ¿y qué? no hay que tener siempre la mejor cara. Cuando esto sucede suelo escribir mucho más. Me hago un bien a mi misma, si no acumulo malos momentos, que luego culminan en depresiones que duran más o son más profundas. Entonces sí, vamos a decir las cosas como son. Me hace bien deprimirme, porque me ayuda a entender ciertas sensaciones que sin atravesar ese proceso, no entendería.
Los ataques de tristeza no los englobo dentro de lo mismo, porque no es lo mismo estar deprimido que triste. A los ataques de tristeza los asemejaría más con la nostalgia. Soy muy nostálgica, ¿sabés? mínimos recuerdos de mínimas situaciones me hacen llorar. Y quiero volver el tiempo atrás. No se puede, lo sé, y eso me pone todavía más triste. Pero creo que mis ataques de tristeza mantienen mi lado sentimental tan frágil. Lo cual a veces me juega en contra, y sin embargo me encanta.
Mis ataques de alegría los soporto hasta cierto punto. Hay veces que no me aguanto. Es decir, de vez en cuando me gusta estar eufórica porque es entonces cuando puedo descargar esos ataques de energía, pero llega un punto que mi sensibilidad no lo aguanta. La alegría deja ver solo eso: alegría. Y lo demás no importa. Y eso no me gusta. Cuando estoy así no puedo demostrar otra cosa más allá de estar feliz. Y eso me molesta. No corre por nosotros un solo sentimiento.
Mis ataques de paja no tienen explicación. Además, en caso de que hubiera explicación, me daría paja escribirla.
Y los ataques de soledad, puntualmente, son bastante extraños. Pueden darse en mí de dos formas.
1. Se van todos, no quiero ver a nadie: esto sucede cuando sufro un pico de histeria (no, pará, todo el tiempo no) y me satura la gente, la verborragia, el ruido, los excesos y el intercambio de opiniones. Amo estar con gente y hablar, escuchar música, tomar, etc. Pero hay veces que siento que si sigo no puedo hablar conmigo misma, y eso me molesta porque soy un poco lenta y necesito pensar las cosas varias veces. No, otra mentira. Pienso las cosas demasiado poco. No, más mentiras. Pienso mucho, y termino haciendo todo lo contrario. Ahí está. Entonces pienso al pedo. Y al pedo son esos momentos de soledad, pero necesarios.
2. Nadie: los peores momentos. Me persigo, me vuelvo loca. Y empiezo a sentir que no hay nadie. No tengo a nadie. "Y al llegar a la Plaza de Mayo me dio por llorar, y me puse a gritar dónde estas" Se me vino a la cabeza esa canción. Estos momentos son horribles. Creo que la culpa es mía. Tengo muchas cosas malas y me rechazo a mí misma. No lo hablo con la gente porque todo el mundo te dice la misma frase insulsa y sin sentido: "si no te querés vos, ¿cómo te va a querer otro?" Comprendan, yo me quiero, de vez en cuando me quiero. Pero es difícil estar bien con alguien que tiene la culpa de todo lo malo que te pasó, o sea, yo.
¿Y entonces qué pasa? la pregunta del millón. Le hablo a soledad, y le digo ¿VASTA O BASTA? Basta soledad, no sirve de nada. Vasta soledad, me hunde.
El resto del tiempo soy... ¿cómo se dice? normal. Sí, eso. Soy normal. Todo esto, creo yo, le pasa a todo el mundo. Pero a mí me gusta escribirlo. A veces ni yo entiendo lo que escribo, pero me gusta igual. Y además, no sé. Así, qué sé yo.

¿Y sabés qué? Amo mi vida.


"Todo lo bueno dura poco si no, no es bueno, eso al menos dicen, y yo estoy muy solo pero no pienso cambiar"

23 octubre, 2011

La musique

La música… ¿qué nos transmite la música? Cerramos los ojos, escuchamos, cantamos, lloramos, reímos, recordamos y hasta nos movemos sin control. Nos sumergimos en un viaje sin fronteras. Todo esto y mucho más puede producir una simple canción, una simple melodía.
No somos pocos los que podemos afirmar que amamos la música, pero ¿por qué? ¿Qué es lo que provoca en nosotros?
Para comenzar, me gustaría analizar algunas definiciones que ofrece el diccionario de la Real Academia Española:
La primera hace referencia a la música como “Melodía, ritmo y armonía, combinados”, pero quienes somos amantes de ella sabemos que en la definición no puede estar ausente el sentimiento y el conjunto de emociones que tenemos el placer de sentir con la música, tanto quienes la hacen como quienes la escuchan.
Otra de las definiciones la describe como “Arte de combinar los sonidos de la voz humana o de los instrumentos, o de unos y otros a la vez, de suerte que produzca deleite, conmoviendo la sensibilidad, ya sea alegre, ya tristemente”. Podemos decir que ésta se asemeja un poco más a lo que nos hace sentir, a diferencia de que nosotros no la vemos como un elemento para nuestro deleite, sino como una herramienta para hallarnos espiritualmente, como algo que nos ayuda a explicar y entender ciertas sensaciones. Sumando que nos produce muchas más emociones, no solo alegría y tristeza.
Por el contrario con el anterior, el diccionario también ofrece una caracterización irónica de la música como “ruido desagradable”. Para nosotros esto resulta imposible de concebir. La música nunca es molesta, si no que está dirigida hacia distintos tipos de oyentes. Por ejemplo: quienes disfruten de escuchar la música clásica de Mozart o Vivaldi, rechazarán el enérgico y cargado sonido de Metallica o The Misfits, pero esto no significa ni que sea molesta ni, contrariamente, aburrida (como se refieren algunos hacia la música clásica).
Creo que esa es una de las mayores virtudes que posee este fenómeno histórico que continúa enamorando y obsesionando cada vez a más personas: hay diversidad de estilos absolutamente para todos los gustos. Es improbable que hallemos a alguien que no goce de escuchar ningún tipo de música; es tan vasta y extensa que nos permite darnos el lujo de elegir y descartar a nuestro antojo. Es entonces, cuando comenzamos a conocer el mundo de la música, que surge una nueva pregunta: ¿es posible clasificar la música como “buena” o “mala”? y de ser así, ¿cómo hacemos para que nuestra subjetividad y nuestra opinión personal no interfiera en dicha clasificación? No es poco común escuchar expresiones como “buena música”, “música cuadrada”, “mala música”, ¿qué hace la diferencia? En realidad, la música como arte no se puede clasificar –o no deberíamos– como “mala” y “buena”, simplemente es música y como tal, es una expresión de emociones, una compañera, una identificación.
Identidad, la música es parte de nuestra identidad, por eso hay distintos tipos y estilos. Cada uno escucha o hace la música que lo identifica e incluso que lo describe. Por ejemplo: hoy en día contamos con un creciente fenómeno al que yo llamaría social-musical. Hablo de la llamada Cumbia Villera, que nació hace ya casi dos décadas y se transformó en una marca identitaria para los sectores excluidos de la población (aunque actualmente otros sectores sociales también la escuchen) refugiándolos, de alguna manera, de sus males y penurias. Milagrosamente, la música también cumple esa función: la de refugiarnos y comprendernos mejor que nadie, y la de ayudarnos a descargar nuestros enojos y tristezas. De esta forma, también nace el movimiento Punk en los ’70, creado por jóvenes en modo de protesta que estaban descontentos con la sociedad que les tocaba. A través de sus letras desafiantes criticaban las reglas que les imponía un sistema que venía siendo de determinada manera sin cuestionamientos. Este hecho forma parte de los movimientos contestatarios organizados por jóvenes de las décadas del ’60 y ’70, al igual que el Hipismo.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que para muchos la música es un sueño. Sabemos que una considerable cantidad de personas sueñan con vivir de ella, dedicarse a eso. Y no hablamos de estudiar en una facultad o un conservatorio, graduarse y dedicarse al profesorado. Nos referimos a triunfar en un escenario, a que miles de personas deseen oír lo que hacemos. ¿Dependerá esto del talento que poseamos? Bueno, la realidad es que hoy por hoy, en muchos casos, no es así. Lamentablemente, la música, en la actualidad es un comercio, un negocio de miles de millones de dólares, que no pone atención ni al talento ni a la vocación. Pero por lo menos podemos rescatar las excepciones de conjuntos o compositores que se esforzaron en crecer musicalmente y para los cuales la música forma parte de su vida, su historia, su identidad y personalidad.
“La música es para mí el aire que respiro. Es la sangre que corre por mis venas y me mantiene vivo. Sin ella, no sé qué haría. Probablemente tendría un empleo o algo así, pero… La gente me pregunta: ‘¿Qué harías si no tuvieras Green Day?’ Yo respondo: ‘Estaría en Green Day. Realmente no conozco otra cosa’. Cuando las personas dicen: ‘¿Qué opinas de la gente que sólo te habla o les caes bien porque estás en Green Day?’ Contesto: ‘Yo soy Green Day. Ese soy yo. Esa es mi vida.’” (Billie Joe Armstrong, vocalista, guitarrista y compositor de la banda Green Day, en su DVD, “Bullet in a Bible”, 2005).
En conclusión, si le preguntáramos a cualquier amante de la música o a cualquiera que sueñe con ella, qué significa la música para él/ella, seguramente respondería sin dudar: todo.

{ ensayo para Lengua y Literatura. Tema: la música }

14 octubre, 2011

¿Qué hora es?


¿Qué hora es? no, no sé. ¿Qué está pasando? gente miserable festeja muertes de inocentes. ¿Qué estás pensando? hijo de re mil puta. ¿Cuál es tu punto? discutir. ¿Por qué? porque me encanta, el consenso es aburrido. ¿Estás orgullosa? muy. ¿Estás conforme? muy. ¿Y tus males? bien, ahí andan. ¿Quién tiene la culpa? yo. ¿Y el corazón? triste, pero independiente. ¿Qué le pasa? está solo, pero por lo menos no sigue preso ni es esclavo de nadie. ¿Tan mal la pasó? bastante. ¿Qué es el sol? la música. ¿Y la luna? lo mejor que tengo. ¿Los vicios? son compañeros. ¿Eso está bien? no. ¿Criticar con fundamentos? lo mejor que se puede hacer, aportando ideas. ¿Hablar por hablar? a la gente le encanta. ¿Y por qué creés que es así? porque piensan que por criticar son progresistas, y en realidad son unos pelotudos que prefieren rascasrse el orto antes de hacer algo productivo. ¡Qué boquita! ¿con esa boca decís mamá? sí. ¿A la distancia? sí, livin' la vida loca. ¿Ricky Martin? no, por favor. ¿Terminaste? no, nunca. ¿Te parece bien? no, debería estar haciendo muchas otras cosas. ¿Y la productividad? escribir es lo más productivo que uno puede hacer.